19/4/14

Camuflaje militar

Las oscuras tinieblas se apoderan de mí, estoy tremendamente fatigado, está siendo un largo y arduo camino. Encima, la naturaleza no acompaña, mi orientación está disminuyendo y no sé si me encontraré yo solo para defender el desembarque de esos vikingos. Quizás soy la única esperanza, quizás ya no queda nadie más que mujeres y niños, o ni eso. No me importa, porto otra sangre en mis venas, fluye en mí un espíritu de guerra, soy un guerrero. Aunque sea el final, batallaré hasta que mi cuerpo no dé más.
Me pesan tanto las piernas, quizás me golpearon en aquella gruta. Fue espeluznante, de un momento a otro, todo cambió. La hospitalidad con la que me recibieron no debía ser de confianza. No debo confiar en nadie que no sea sangre de mi sangre.

12/4/14

Viikiingo's mind IV: Hermanos

A veces en nuestras cabezas sobrevuelan dudas, misterios, preguntas que no tienen respuesta e incluso ni las quieres. Pero las hay que tienen respuesta, y la respuesta es el crecimiento de la duda.

Hermanos... Hermanos que se olvidan que lo son.
He dicho olvidar. He usado la palabra olvido.
Olvidar no es verse o hablarse poco o casi nada.
Olvidar es no verse o no hablarse nada. Cero.

Hablo de dejar de verse.
Hablo de dejar de mirarse.
Hablo de dejar de interesarse por sus vidas. En plural.
Porque cuando un hermano tiene hijos, es un hermano que tiene más de una vida.
Hablo de... Dejar de hablarse...

8/4/14

Con la cabeza alta

-Sencillamente divina, chica. A la altura de toda una gala de los Goya –comenta Elena.
-Estaba preciosa, sencilla y preciosa, como a mí me gusta -destaca Mónica.
-Los zapatos para mí fue lo que falló –intercede Sandra-. Yo hubiera llevado tacón alto y fino.
-¡Qué va tía! Los zapatos eran ideales –admite Mónica.
-Y además combinaban con el bolso –añade Elena.
-Pero… ¿¡Me vais a decir qué tiene de glamour unas sandalias bajas como las que llevó!? –ofendida dice Sandra.
-A ver… Sí, pero…
-Para tacón alto y fino, el que me compré yo ayer en H&M tía –interrumpe Elena a Mónica.
-¿Qué te costaron?
-Nada tía, ciento ochenta y ocho euros, de oferta.
-Yo lo que tengo que mirar es un picardías –dice Sandra.
-¡Hala! –exclama Mónica, y sonriendo dice- Y ahora a qué te ha venido eso si estamos hablando de zapatos.
-Tía, precisamente por eso, el otro día acabamos pegando un polvo encima de la mesa y sólo me quedaron puestos los zapatos –argumenta manteniendo la sonrisa.
-Tía, pobre Ramón. Lo vas a exprimir –mordiéndose el labio inferior dice Elena.
-Ya ves, el otro día me soltó que se pusieron a… –coloca las manos haciendo el gesto del coito- en el balcón –delata Mónica a Sandra.
-¡Anda! A ver si seré yo aquí la guarrilla del grupo. Que vosotras también folláis ¡Señoritas santas! -exclama Sandra.
-Sí, pero menos, ¡Guapa! –comenta Elena.
-Sí, ¡Y peor! –Añade Mónica- Últimamente hasta finjo tía.
-No hagas eso Mónica –a coro Elena y Sandra.
-Pobrecito, que él piensa que está hecho un Nacho Vidal –dice con rostro de pena- y me da una lastimita… -arrugando la nariz.
-¡Ah no! Yo estoy a dos velas, pero el mío sabe tocar bien el punto –satisfecha remata Elena.
No paraban de reír, el sexo, un tema del que cada día hablan por poco que sea, y cada día provoca en ellas un mar de sonrisas.
-Por cierto, qué cómodo es este sofá ¿No? –mientras golpea los cojines Sandra.
-¡Hasta me dormiría! –acomodando la cabeza Elena.
-No podréis negarme que elegí bien –orgullosa dice Mónica.
-Sí, tú tírate flores, guapa.
-¿Os apetecen unas cervecitas frescas?
-Mónica, qué buena idea.
-Pues voy a buscarlas ahora mismo. ¡No me pongáis a parir!
-Dame un cigarro Sandra –dice Elena-. Y mañana tengo al jefe provincial en la oficina, ¡Qué asquito!
-Yo mañana libro, que ya llevaba dos semanas sin librar.
-Voy a quitarme los zapatos tía –se descalza-. ¿Huelen?
-No, aunque a rosas tampoco –sonríe Sandra.
-Y unas cervecitas por aquí –dice Mónica colocando las cervezas en la mesita del centro del sofá.
-¡Joder tía! ¿Qué las has traído de Alemania o qué? –ironiza Sandra.
Las tres chicas alzan los vasos y brindan efusivamente. Al topar los vasos se derrama cerveza por todo el sofá.
-¡Tía! ¡Qué es de piel blanca! –dice Mónica exaltada.
-Vaya metedura de pata –dice Sandra.
-Disculpen… Aquí no se puede fumar y mucho menos… Traer bebidas del bar de enfrente. Además vamos a cerrar –dice un hombre bajito, trajeado, con voz fina.
Las tres cogieron sus bolsos, colocaron un cojín tapando la mancha y salieron de la tienda de sofás con la cabeza alta.

6/4/14

La mejor de sus sonrisas

Odiaba la manera en la que Luis, su padre, las trataba a ella y a su madre. Nunca le puso una mano encima, era peor, su altiva ironía era el pan de cada día y sus palabras, los cuchillos con los que untaba su despotismo en todos los rincones de aquella alejada casa, en el tranquilo barrio de Alcanada.
Carla, de diecisiete años, era rubia de cabello lacio y tenía la cara invadida de pecas y su madre, Ilenia, portaba las mismas pecas que su hija pero las acompañaba de un rizado pelo oscuro.
-¿No ha llegado tu padre de trabajar, Carla?
-Llamó para decirme que tenía una comida de compromiso inesperada y que no se nos olvidara de mantener limpita la casa por si alargaban la sobremesa en casa.
-¡Ay hija! Estoy cansadísima, necesito que me ayudes. Lo último que quiero en el día de hoy es a tu padre escupiendo veneno delante de sus compañeros de trabajo.
-Tranquila mamá, sé que pasaste mala noche y por eso, aprovechando que no han asistido los profesores de las últimas dos horas, ya me puse manos a la obra y limpié toda la casa.
-¡Mi amor, mi niña! ¡Gracias! ¡No sé qué haría sin ti! ¿Has sacado a Jerry también?
-Sí, y le di su comida ¡No veas lo hambriento que estaba!
-Ya, ayer se me olvidó ponerle el pienso y tu padre lo único que hace es gritarle hasta obligarlo a meter en su caseta, así que es normal que hoy esté famélico. Voy a echarle un ojo. ¿Qué está en su guarida Carla?
-Sí, vamos, estará ahí porque no se le oye hace un rato. Lo que antes mami, quiero que veas una cosita que compré.
-¡Ya estás gastando! Ahorra que algún día vendrá una crisis.
Carla llevó a su madre al pequeño huerto que tenían en la parte trasera de la casa y señalándole un pequeño espacio de tierra removida le dijo que ahí estaba su sorpresa.
-¿La cabeza de tu padre? –se rieron a carcajadas.
-Es una cabeza de ajo mamá.
-Querrás decir, dientes para plantar ajo, Carla.
-Bueno, pues eso mami, yo es que soy un poco paradita, ya lo sabes.
-Mira que bien, así tendremos para cocinar y para hacer los aliños de las aceitunas. Ya sabes que a tu padre le encantan esas aceitunas y es mejor tenerlo contento. ¡Gracias otra vez, cariño!
-De nada, en verdad, esto también es por él.
El sonido del teléfono interrumpió a madre e hija y forzó a Ilenia a salir corriendo para atender esa llamada.
-¡Tu padre, seguro!
Carla cogió la regadera y roció agua en todos los tiestos que rodeaban la casa, colocó las sillas de la terraza junto a la mesa y a la vuelta, antes de entrar en el interior se detuvo ante la casita de Jerry.
-¡Cómo se nota cuando hay hambre, eh bicho!
Jerry detuvo su festín alimenticio y mirándola fijamente mientras se relamía una y otra vez toda la sangre del morro, continuó hincándole el diente a los trozos mutilados del cuerpo de Luis.
-Si quieres chupar la cabeza, ya sabes, la desentierras del huerto que a ti se te dará mejor que a mí.

Y poniéndose en pie, subió las escaleras del porche para regalar a su madre un sincero abrazo y la mejor sus sonrisas.

5/4/14

Crónica IV: Las llaves

Llevo media hora tocándome los huevos en el sofá.
Rascándomelos y hasta masajeándomelos.
La perra me mira con cara de pero te parecerá bonito... Y yo le miro y le digo que qué me va a decir ella que está todo el santo día comiéndose el coño.
Miro hacia el balcón y está cayendo una tromba de agua inmensa.
La ropa que está colgada se está empapando pero me da igual. Es ropa limpia que hace unas horas estaba empapada en la lavadora y hay unos pantalones míos que los colgué porque olían a todo menos a pantalones. No les vendrá mal una pasadita de agua.
La que está como una cabra es mi madre. Se ha ido al supermercado a hacer la compra con este día. A mí me la sopla porque yo no soy el que se moja, pero claro, me tocará bajar a subir bolsas y ahí, sí que me mojaré.
No me llevo las llaves cariño, te toco y bajas...
Esas fueron sus palabras.
No, no. Que no, maldito deprabado. Te toco aaaal interfono y bajas. A eso se refiere siempre.
La perra se levanta para practicar su deporte nacional. Tocarme los huevos.
Pero no ves que llevo media hora haciéndolo yo solito.
Suena el timbre de abajo.
¡Coño! ¡¿Ya?!
Esta mujer... Seguro que se ha olvidado algo, tan rápido...
Nene, ya estoy aquí, acuérdate de coger las llaves que las tengo a saber dónde en el bolso...
Y dale, siempre repitiendo lo mismo.
Abro la cajita de las llaves que tenemos en la entrada y poco más y hay telarañas.
Joder, voy al perchero del cuarto y miro en la chaqueta.
Bolsillo izquierdo, nada.
Bolsillo derecho, nada.
Bolsillo interno izquierdo, una tarjeta de no sé que kebab.
Bolsillo antebrazo derecho, un mechero.
Chaqueta al suelo.
Cojo el abrigo de vestir de tres cuartos.
Bolsillo izquierdo, cinco céntimos.
Bolsillo dere... ¡Timbrazo!
Mamá, ya bajo coño. ¿No me esperaste nueve meses?
Fuiste sietemesino, te recuerdo, anda baja que me empapo.
Bolsillo derecho, nada.
Bolsillo interno izquierdo, pelusa.
¿Dónde coño he dejado las llaves?
La perra se levanta de nuevo y se acerca hasta mí.
Si vienes a ayudar, quédate. Si no es así, vete por ahí, que mal no vives.
Miro en mis bolsillos a la desesperada.
Cojo otra chaqueta y la sacudo a ver si suena algo metálico. Y suena.
Una chapa del Real Madrid. Me cago en Concha Espina, en Casillas, en Raúl Bravo y en Valdano.
Miro en una chaqueta que hace un año que no me pongo, que sé que no van a estar, pero miro.
Nada.
Vuelvo al salón, miro por los muebles, la despensa, la nevera, la bañera y en las ranuras del sofá...
Registro todos los cajones. Registro más cajones que los de la serie El Internado...
¡Timbrazo!
Paso de ir. Miro mis bolsillos de nuevo y descubro un pequeño agujero.
Me quito los pantalones lliscando, me quedo atrapado con mi propio tobillo y me pego una ostia que casi me rompo la cabeza.
La perra se me queda mirando con la cabeza torcida y sin dejar de mover la cola.
¡Ah, te hace puta gracia! ¡Puta perra!
Cómo la tenga ella entre sus juguetes.
Rebusco por su cama y nada.
Me pelo de frío sin pantalones.
¡No me jodas!
Voy a ver en los pantalones que colgué ayer afuera que son los últimos que me puse.
¡Timbrazo!
La perra me sigue. Abro la puerta corredera del balcón y lucho con la perra para que no salga.
Lo último que necesito es la casa empapada y oliendo a perro mojado.
Salgo al balcón y cierro. La alegría nace en mis ojos a pesar de estar duchándome. Ya tengo mis llaves.
Abro la puerta del balcón de nuevo...
No abre.
Mierda. La puerta ha hecho clic. No me jodas.
Tiro con las dos manos pero no. Si hay algo que ha hecho bien el humano, son los cierres de corredera.
Las cajas de los CD's, los lectores de la ps3 y las cuerdas de las persianas, no.
Eso no, pero los cierres de corredera, sí.

Aparece mi madre cargada como una mula, con sus llaves en la boca y mirándome como si no supiera a quién estaba viendo ahí fuera, calado de frío y en paños menores.

2/4/14

Frívolas y superficiales

Hoy cumplo cincuenta años. Medio siglo.
Y los cumplo muy lejos de mi país de residencia. 
Estoy en Australia, negociando una nueva forma de llevar a cabo muchas de las tareas más engorrosas del hogar. El Bot-24 es el mejor robot que he diseñado en toda mi vida, es capaz de realizar labores como barrer, cocinar, fregar, planchar y hasta incluso arreglar ciertas averías de electricidad y fontanería.
Mi mujer, mi hija y yo vivimos en Inglaterra. Yo paso poco tiempo en casa debido a viajes como este, o porque el laboratorio me atrapa más de lo que ellas querrían. Mi esposa se pasa el día sacándole brillo a la Visa Oro y quién sabe si también poniéndome a parir con sus hipócritas amigas. Mi hija pasa por completo de los estudios, consume marihuana sin control y practica el sexo varias veces al día a poder ser con distintas personas.

Tengo ganas de volver a mi país, a pesar de la belleza de esta peculiar isla, y es que como en casa no se duerme en ningún lado. Tenía la hora de llegada a las diez de la noche, más la hora de trayecto en taxi desde el aeropuerto, se harían las once pasadas cuando soltara mi equipaje en mi morada.
La resolución a la negociación iba a hacerse esperar por lo menos dos semanas más, yo quería haberme llevado mi particular regalo de cumpleaños, pero por causas mayores, tendré que aguantar el tipo, rezando todo lo que sepa para que finalmente mi firma y la del grupo inversor queden plasmadas en el papel.
No he recibido ni una sola llamada para desearme feliz aniversario. Yo siempre he alardeado que a mí, esas cosas me importan poco, que mi cumpleaños es un día como el de ayer o probablemente como lo será el de mañana. Quizás sean los cincuenta redondos, o quizás sea la distancia mezclada con la nostalgia de estar tan lejos de mi tierra. Quién sabe si los tés y las pastas, el pastel de hígado, el ver buen fútbol en directo o el simple hecho de bañarme a escondidas en el Támesis, haga que hoy me encuentre más sensible de lo habitual. Años anteriores no fueron como para enmarcarlos, de hecho no eran muy diferentes a este. Mi mujer me regalaba cualquier cosa, en la que se asegurara que viniera gratis algún lote de cremas innovadoras de triple acción, o novelas eróticas premiadas en algún certamen de a saber Dios dónde. Y mi hija me regalaba pijamas en los años pares y colonias en los impares, así que este año tocaba colonia, ahora sólo me tocaba confiar en que no repitiera al menos la misma de los últimos cinco años.

La espera en el aeropuerto, la amenizo rellenando autodefinidos y leyendo algunos libritos de relatos cortos que compré minutos atrás en un kiosco. Sigo sin recibir una sola llamada. Del laboratorio era de esperar, te absorbe de tal manera que olvidas hasta lo que comes ese mismo día. A mí me ha pasado muchísimas veces con otros compañeros del trabajo. Mis padres hacía más de una década que fallecieron y soy hijo único. Los vecinos están para lo que están. Para presumir de lo poco que se equivoca uno y de lo mucho que gana otro, no están para alegrarte el día a tantos kilómetros de distancia. El banco, la revista Sci-fi y el Arsenal FC habrían enviado su carta formal típica de cada año para felicitarme, pero también me separa un largo camino de ellas.

Quedan cerca de dos horas para coger el avión y he finiquitado todos los pasatiempos y relatos, y para colmo, no me queda ningún puro. No he podido fumarme ni un solo puro de calidad, para eso reconozco ser un poco sibarita, pero es uno de mis pocos vicios caros.
Miro nuevamente mi teléfono móvil pero sigue el fondo de pantalla tal y como ha estado desde que me levanté. Ni la presencia de dos azafatas de muy buen ver, ni la de un grupo de universitarias que, si estuviera soltero me hubiese quedado hasta con la que sobrara de todas ellas, me borra el pensamiento triste que tenía incrustado a fuego en mi cabeza.
Por fin aterrizo en Londres y me subo a un taxi con unas ganas tremendas de llegar a casa. Hasta me da por pensar que todo es una trama para darme una sorpresa, ¡Claro! Tiene lógica, cumplo una edad especial, en un estado de salud óptimo, y con posibilidades de aumentar considerablemente nuestro poder adquisitivo si la negociación acaba por consumarse. Sonrío con la vista perdida en el asiento de atrás, ante la atenta mirada del chófer que me observa por el retrovisor interior.

Llego a casa bajo la intensa lluvia que se había iniciado cinco minutos antes, pago al taxista y le dejo el cambio para que se tome una cerveza a mi salud. El jardín estaba hermoso, habían cortado el césped y hasta se habían permitido el lujo de podar dos setos, uno en forma de cinco y el otro en forma de cero. Son las once y media y hasta me siento nervioso para abrir la puerta de mi propia casa. Abro lentamente debido a la pesada maleta, maleta que suelto nada más entrar y comienzo a saludar incisivamente. 
Ni caso. Bueno ni caso, formará parte del circo y de mi sorpresa. Me acerco al sofá y encuentro a mi esposa tumbada con crema untada por toda la cara y dos rodajas de pepino cubriéndole los ojos, dormida como un tronco, roncando como un jabalí, y con una botella de ginebra vacía en el suelo justo debajo de ella. Respiro hondo, dejo mi bufanda y abro la caja de madera donde guardo los puros. Ni el cortapuros queda. Ni me acordaba. Y son casi las doce de la noche.
Subo las escaleras y a mitad de ellas comienzo a escuchar gemidos algo disimulados pero no lo suficiente como para que no los oyera. Me acerco a la habitación y me va llegando un olor a porro mezclado con flujos y sudores. Mi hija se lo está montando con dos hombres a la vez, con la puerta abierta. Y chillar, está chillando, no sé si de dolor, de placer o de la mezcla de ambos, lo que se le oye poco por la almohada que tiene en la boca.
Me dirijo a mi habitación sin quitarme de la mente las dos imágenes más deplorables de toda mi existencia y al abrir la puerta se enciende una luz acompañada de una efusiva felicitación. 
¡Sorpresa!  Dos lágrimas recorren mi cara para morir en mis labios y tampoco sé si de la tristeza acumulada o de la sorpresa que enfrente tenía.
Un puro Cohiba Behike de la mano de un cortapuros con mi nombre grabado. Una entrada para un Arsenal – Real Madrid, final de la Champions League en el palco y una carta desde Rusia de un grupo inversor interesado en destinar muchos de sus petrodólares en mi patente de los Bot-24, decoraban la cama como jamás me hubiera imaginado.

-Espero que le haya gustado señor, aunque sé que debo mejorar mi habilidad de jardinería –dijo mi especial Booty-24.


Como no van a querer invertir por él, si acaba de proporcionarme la mayor alegría que jamás haya podido experimentar. Y aún con lágrimas en los ojos, abracé a mi singular mayordomo y encendí el puro mientras me acompañaban los ronquidos de la señora, los gemidos de la señorita y la intensa lluvia formando una de las bandas sonoras de toda la historia, más frívolas y superficiales.