-¿Qué cenamos, mi amor?
-No lo sé, nenita.
-Es que no me apetece
cocinar cariño.
-¿Miramos de calentar
las sobras de los tuppers de mi
madre?
-¡Ay no! No me apetece
ni lengua a la vinagreta, ni pastel de hígado.
-Entonces, ¿Qué te
apetece nena?
-No lo sé.
-¿Te hago unos
tallarines a la boloñesa o a la carbonara?
-No, ya comí pasta esta
mañana.
-¿Una ensalada con
extra de todo?
-No, nene.
-¿Los clásicos huevos
fritos con patatas fritas?
-¿Y de qué me serviría
haber ido al GYM eh?
-Bueno pues, ¿Qué
quieres nena? –ya indignado.
-Es que no lo sé… ¿Y si
vamos fuera?
-Claro. Vamos fuera, lo
que quieras hija.
-¡Ay! Decide tú también
algo. Ayúdame.
-Venga sí. Vamos fuera
a cenar –cogiendo las llaves del coche.
-No. Eso no es una decisión,
que esa ya la había tomado yo. Me ayudas a decidir dónde.
-Si a mí me da igual.
Eres tú la que está en plan exquisito con lo que te apetece y lo que no.
-No. Exquisito, no
–entran al coche-. Sólo que ya me basta la comida de tu madre tres veces por semana.
-¿Qué le pasa a la
comida de mi madre, nena?
-Nada. ¿Qué le va a
pasar?
-¡Hombre! Cómo te estás
quejando.
-No me quejo, opino.
¿No puedo opinar?
-Sí –alargando la
sílaba-. Pero ha sonado mal cariño, qué quieres que te diga.
-Bueno, ¿Vas a
arrancar, o no?
-Sí nena, ¡Pero me
dices dónde vamos primero!
-Bueno, tú tira y vamos
viendo.
-No. Tú tira y vamos
viendo, no. Piensa.
-Piensa tú también que
tienes unos huevos –haciendo el gesto-. Además tú conduces, tú decides.
-No. Mi coche, mis
normas. Tú decides.
-Está a mi nombre,
guapo.
-¿Y quién lo paga,
guapa? –en tono burlesco.
-Anda piensa un poquito
–se acomoda mientras sonríe picarescamente.
-Piensa tú también.
-Ya pienso. ¡Mira cari!
¡Qué cachorrito! –señala un hombre que pasea a su perro en la calle.
-Nena, ¿nos centramos o
no?
-¡Ay sí! Pero mira qué
gracioso.
-Joder… Así es que es
imposible cuando te pones en este… La verdad que sí, mi amor, ese no tiene ni
dos meses –bajan del coche a acariciar al cachorro.
-¿Qué tiempo tiene?
–pregunta ella.
-Tres meses. Aún no los
tiene –responde el dueño orgulloso.
-¡Qué guapo! Mira cari
yo quiero uno…
-Sí claro nena… ¡Vaya!
Y será grande ¡Eh! –le coge las patas.
-¡Se conoce que sí!
Todo el mundo se para. La verdad que compromete a la gente, todo hay que
decirlo.
-Normal, si es que es
precioso –ratifica la muchacha.
-Ahora mismo, la de la
tienda de flores, la que han montado nueva al lado del Kebab, la tía… ¡Que se
lo regalara sabes! –cuenta el hombre.
-¡Coño nena! ¡Un kebab!
-Pues yo ya había
pensado en un chino –se despiden del cachorro y su dueño y entran en el coche.
-¿Chino, nena?
-Sí. Se me ha antojado.
-¡Nada! Ni que
estuvieras embarazada con los dichosos antojos.
-¿Y tú qué sabes?
–sonríe.
-¡Eh!
-Nada –sonríe de
nuevo-. Que quiero chino.
-Pues haberlo dicho antes,
a mí me apetece ahora un kebab.
-Pues a mí chinito
–haciendo el gesto de rasgarse los ojos.
-Y un kebab, con su
lechuguita, su cebollita, su carne envuelta en salsita picante –relata mientras
cierra los ojos y abre la boca de emoción.
-Pues lo echamos a
suertes.
-O a piedra, papel y
tijera.
-No seas niño, hijo
–mientras saca una moneda del bolso.
-Dijo la adulta jugando
a cara o cruz –mofándose.
-¿Qué quieres nene?
-Cara.
-No, cara yo, tú cruz.
-¿Y pa’ qué preguntas nena? –se desespera.
-Cara, chino. Cruz,
chino.
-Sí, claro.
-Cara chino –risueña
ella-. Cruz, comida morita plastificada, embutida e insana –dice rápidamente
sin respirar.
-Pero espera. Un
lanzamiento por persona.
-Vale –lanza la moneda.
¡Toma, cara! –grita
ella.
-Pero, ¿de quién era el
lanzamiento nena?
-Tuyo, claro. Ahora va
el mío.
-No, no, no, guapa. Ese
era de prueba. Vuelve a lanzar.
-¡Qué tramposo eres!
Venga, lánzala tú –le da la moneda-. ¡Toma, cara, jódete!
-Venga lanza tú, nena.
-Chino, chino la la lá.
Chino chino la la lá –canta mientras mueve las caderas.
-¡Cruz! ¡Hala lista!
-Esta no ha valido.
Repetimos –lanzan las dos monedas.
-¡Cruz! –grita él.
-Cruz… -dice ella.
-¡Kebab! –exclama él.
-Qué suerte –se
mosquea.
-Encima ahora te vas a
mosquear.
-Es que siempre tienes
una suerte.
-¿Y yo qué culpa tengo?
-Nada hijo, tú no
tienes culpa nunca. Anda arranca.
-¿Quieres que vayamos
al chino? –alarga de nuevo la palabra.
-¿De verdad? –se le
cambia el rostro.
-Venga, va. Vamos al
chino –arranca el coche.
-Cari. Volvamos a casa.
-Pero si acabo de
arrancar, ¿Qué te pasa?
-Nada, que se me ha
quitado el hambre.
-¿Así, de repente?
-Sí, así. Además es
tarde.
-¡Joder nena! ¡Tú sí
que tienes unos huevos! ¿Y ahora yo qué ceno? Porque yo sí que tengo hambre.
-Pues caliéntate los tapers de tu madre.
-Joder, no me apetecen
ahora.
-Si tienes hambre,
comes lo que sea nene, no tendrás tanta hambre pues…
Y al cambio de día, marcando
las doce llegaron a casa y se metieron en su cama aparcando sus diferencias.