14/7/14

El General Miller

El General Miller se levanta a pescar todos los miércoles. Llega al faro del muelle al alba, se sienta en una roca y deja la cesta de la comida al lado del árbol, disfrutando de los primeros rayos de sol. Disfruta de la paz que la naturaleza imprime a su ser, de ser el único momento de soledad que no golpea con dureza al General Miller.
Ya no ejerce, pero todo el mundo le sigue llamando general, a sus ochenta y dos años. El General Miller batalló en Vietnam, en la guerra del Golfo y condujo a un escuadrón en Afganistán y Somalia. Ha visto la muerte acercarse tanto que ha llegado a faltarle al respeto. Craso error, pues la muerte deja huella en dónde pisa y cuando pisa, pisotea.
Y se las llevó. Se las llevó la primavera en la que cumplía medio siglo de edad. En la que los cristales del coche que conducía la señora Miller y su hija pequeña se tintaron de color rojo. Fue rápido, sin dolor. Dolor que atravesó en cuerpo y alma al General Miller. Aquella noche la luz del faro dejó de mostrar un riel de luz flotando en el agua.
Jamás pensó en izar la bandera blanca e imprimió lucha allá donde fue, sabedor de que dentro de sí portaba a las dos personas que habían dado el mayor sentido a su vida. A las dos mujeres que habían tomado su corazón de la misma manera que él tomaba los países donde operó.
Sufrió momentos de flaqueza, en los que un ejército de recuerdos traicionaba su entereza. Eran aquellas tardes tumbados en la hamaca oteando el horizonte, lo que turbaba el sueño que jamás volvió a coger, el sueño que se truncó sin más, un sueño del que no deseó despertarse sino dormirse en los brazos de la eternidad.
Se retiró de la armada y dedicó su vida a tocarle una sinfonía a la puesta de sol. Trazó siluetas de amor en los barcos que amarraban en el puerto donde él atracó su amor. Donde el aroma de la sal embadurnaba el roce de sus pieles y el agua salpicaba gotas de pasión en la punta del iceberg de sus zapatos.
Y así, el General Miller optó por dar vida de nuevo al faro y abrumar al mar con su imperioso halo de luz. Luz que guió un camino de asfixia hasta el reencuentro con las dos personas que más amó... Siendo la muerte, la que tuvo el honor de volverles a unir las manos que jamás debieron de ser desgarradamente desprendidas...

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