25/12/23

Paciencia capitán. Capitán, paciencia...

Zarpar con el barco hacia alta mar es una tarea hecha para aquellos que saben que el olor a sal será la mejor brújula que lleven encima. Cuando el mar calmado te permite navegar, como si flotaras, y respirar el aire puro que solo hay alejado de la tierra, el alma se empapa de soledad. Bienvenida esa soledad, porque contigo aprendí a aprenderme. Bendita seas soledad, porque contigo aprendí a atreverme.

Sin brújula no hay destino para aquellos que buscan aliento en las agujas que marcan el norte. Sin cuaderno de bitácora no hay historia para aquellos que prefieren escribirla en la mente y guardarla en el corazón. Sin corazón no hay coraza que detenga a la razón. Capitán no firma con ego, firma con amor. Amor y amor. Y es que no. No hay brújula, pero todos los caminos llevan a... Roma.

Sin tripulación un barco puede verse comprometido a ahondar sus quebraderos de estribor cuando las nubes tiñen el cielo de gris. La lluvia no huele a barro y la tormenta no amaina sin lucha. Pues tan solo el capitán y el mástil juegan juntos contra los pronósticos más descabellados de sirenas sin voz.

La ternura de los delfines surcando las olas son la sonrisa que dibuja la cara del capitán. Del que salió del puerto en busca de otro sin el reloj que marcaba las horas y del que ni su gorra se quita para dormir, pues dormir con la mente enjaulada y a corazón abierto se acerca a las palabras que tuvo ocasión de escuchar de Cabral. Y él sabe... que siempre tira para el monte.

Abanderado de la paz, pues izada en la cota más alta está, blanca y pura. Bandera que ondea para todo aquel que se cruce en su travesía, ignorando que piratas ciegos de un ojo, con patas de madera y loros de conciencia sean tentados para disturbar dicha paz. Miedo. Dime miedo, pues amar al que no te ama es cosa de valientes y así es como se vencen los oleajes.

Los demonios de fuego se sobreponen a los caudales de agua que azotan el casco del navío. Los demonios no hablan. Los demonios clavan estacas del miedo en las mentes. A las mentes fuertes las debilitan. A las mentes débiles las destruyen. Pero a los demonios no hay que rendirles cuentas ni cuando dicen la verdad rezaba una frase de Gabriel G. Márquez tallada en la madera del dorso de un tablero de ajedrez.

Guiado por la cabeza, el corazón y el alma capitán, pero los tres no tienen cabida en un lugar donde la tripulación es inexistente. De lanzar al mar a polizones se aprende de los corsarios. Hacer como los corsarios le convierte en uno de ellos. Polizón que al agua va, el ciclo de la vida lo tornará en manjar para escualos de aleta azulada. Salida fácil, huidiza, salida en falso. Quedarse con los tres es una opción para valientes solo que no todos podrán pasar la noche en el camarote, capitán. La elección hace varias líneas que presupone saberse.

Las noches son largas si ladea el barco y el techo se mueve castigando el estómago. Si el mar enfurece, ni las ovejitas ni los elefantes prevalecen en el Reino de los Sueños. Ni la grandeza de los elefantes. Ni la suavidad de las ovejas. Pero hubo un Arca con esos animales e infinitos más y no hubo ladeo, pues el capitán estuvo solo pero las fuerzas del cielo soplaban a su favor.

El destino era el puerto, pero el destino es el camino. Lo que hace que la pasión se enfoque en la manera y el modo más que en el fin. Ni las estrellas que alumbran las noches más oscuras, ni la luna cuando está en su plenitud pueden iluminar las lágrimas del capitán, derramadas en cubas de ron añejado en madera y papeles con tinta bañada del mar. Cuando no hay esperanza solo hay que buscarla en el verde de la planta que tiene el capitán. El único enser que rescató de sus pertenencias y acompaña cada milla sin rumbo. Bonsái de tierra firme, bonsái de alta mar.

El cielo no habla, el mar no habla y ni siquiera se oye a los pájaros migrar a tierras con mejores climas. Los brazos vencen y las piernas desfallecen. La saliva cuesta digerirla y el corazón vive en la boca bombeando el límite del bien y del mal. Ansiedad que exige cobijo pero el barco en su aforo completo la relegó a la sala de máquinas. Que no falte aceite que engrase engranajes de metal para que no se detenga ni tuerza la travesía soñada. Una y mil batallas y ninguna guerra perdida, capitán. Su nombre se escribe con letras gigantes en la arena de islas desiertas para que lo alumbren náufragos con bengalas de color carmín. Paciencia capitán. Capitán, paciencia.

Sin capitán, no hay puerto en el que amarrar, ni barco que proteger ni camino que recorrer. Capitán de agua salada, la dulzura en tierra espera, asustada, pues los miedos no son solo de alta mar, ni los demonios emplean solo su fuerza sobre el agua. Buscan la omnipresencia que solo tiene quien manda. Y quien manda lo hace con la batuta de una orquesta que nunca gusta a oídos de todos y que si falla una nota, siguen tocando a fin de que todos sigan disfrutando del espectáculo.

Respira ambientadores de sal marina y sueña con rizos de piel clara, pues las sirenas cantarán de nuevo y los delfines harán poesía sincronizada al son de las olas. La fe abrazará montañas que aparecerán en el catalejo que lleva escritas las iniciales del paraíso que un día le hizo vibrar y que, a lo lejos, un faro mostrará un halo de luz en el agua, guiando a crear la melodía más bonita jamás escuchada.

En tu mochila no caben piedras, salvo que sean preciosas y de colores como el arco iris tiene cada vez que uno de esos rayos de sol asoma bajo la lluvia que las nubes tintadas de gris dejan caer sobre la sal del mar.

Paciencia capitán. Capitán...Paz...

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