23/12/15

Como si no existiera un mañana

Es muy simple. Ella tiene pareja y yo tengo pareja. Y digo tiene y no tenía, no sé si me explico. Tiene porque después de todo, la sigue teniendo y yo también.

Lujuria. Puta y pura lujuria. El primer día pensé en mandarla a la mierda. El segundo día, que por muy buena que estuviera aun tenía mucho que demostrar. Y el tercero... Solo pude imaginármela encima mío.

Una mañana llegó de correr. Acostumbraba a hacer ejercicio mañanero para tonificar su esculpido cuerpo. Entró con la maleta de deporte y un vestido floreado disfrazaba una morena de ojos rasgados y nariz afilada.
No había nadie en el minigolf. Ella era la administrativa y yo el recepcionista. Abríamos a las 2 del mediodía y eran las 11 y media. Atravesó todo el complejo y su mirada y la mía se batieron en duelo. Dejó la maleta en el suelo de la recepción y me besó, regalándome un velo de sensualidad en mi mejilla.

Mi mano reposó en su cintura a la vez que clavé mis ojos en su trasero, cortesía del espejo. El vestido ceñido alardeaba de las curvas que tenía.
El beso fue diferente. Sus labios no sólo besaron mi mejilla. Sus labios se posaron con mimo cerca de mi comisura labial.

Se giró y se agachó a dejar algo en la maleta. No necesité ningún espejo para disfrutar de las vistas. Me acerqué por detrás y coloqué la palma de mi mano en la colina de su nuca.
Mis dedos clavaron el ancla en su pelo y ella se quedó inmóvil. Dejó caer su cabeza ligeramente hacia atrás y cerró los ojos. Benditos espejos.

Era capaz de no dejar ni una parte de su cabeza sin tocar. Mis dedos creaban senderos a lo largo de su cuero cabelludo y su manera de retorcerse daba fe de su ínfimo placer.
Noté un leve gemido. Suficiente para que incorporara mi otra mano a su espalda. A pesar de sacar a pasear mi mano por encima del vestido, supe que debajo solo había lo que tanto deseaba. Ella. Su piel, su vida, su ser...

Crucé toda su columna hincando más los dedos de la mano responsable de su cabeza. Lo debí hacer tan bien que me agarró la mano que tenia atada a su espalda y la colocó en uno de sus voluminosos pechos.
Pegué mi cuerpo a ella y acaricié con mimo la oportunidad que me dio. Olvidé su cabeza para centrarme con ambas manos. Ella echaba las manos hacia atrás y me agarraba del pelo. Me hacía sentir el mejor.
Decidí besarle la nuca, el cuello. La obligué a erizarse completamente. Perpetué su indomable cuerpo. Agarré sus pechos y usé la tela de su vestido como techo de pasión.

Tenía el miembro tan duro que no dudé en apretárselo a su culo. Ella hizo lo propio con su culo a mi miembro.
Le levanté el vestido y le dí la vuelta. Nos miramos y tras un choque tierno de narices, decidimos publicar el beso más apasionado del mundo. Sus labios eran un sinfín de locuras aglutinadas en una.
Mientras me besaba el cuello, acariciaba con dulzura su trasero, tan solo cubierto por fina lencería.
Viajé hasta su ombligo a base de cálidos besos, haciendo escala en ambos pechos. Besándolos, pasándoles la lengua suavemente, mordiéndolos, pellizcándolos y palpándolos cómo nunca nadie lo había hecho. Despedí su pieza de lencería y me quedé entre sus piernas. Ella se apoyo en la mesa y subió sus pies a las sillas. El resto me pertenecía a mi.

Mi lengua se dio a conocer en una simple pasada. Intensa y lenta pasada. El primer gemido sincero llegó con mi puesta en marcha. Mis labios pidieron matrimonio a los suyos mientras no paraba de morderse sus otros labios. Recorrí de tal manera toda su esencia que notaba cómo no dejaba de empaparse. Sus caricias detrás de mis orejas, me motivaban a dejar el pabellón más alto, si aún cabe.

Me elevó y me desabrochó el cinturón. Lo lanzó hacia atrás y tiró la fotografía de mi pareja al suelo. No había dejado de mirar el marco en el suelo, cuando un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Volqué mi mirada en ella y accedimos al segundo round del duelo de miradas. El brillo de sus ojos penetró los míos. Su boca estaba disfrutando de lamer mi erecto pene. Centró su atención en la puntita, jugueteó y hasta mordisqueó, provocando que mi respiración ahondara por momentos.

Agarró la base con fuerza y empezó a hacerme el amor con la boca. Hubiera podido acabar ahí. Hubiera podido morir en ese momento. Qué mejor momento...

No pude resistirme a alzarla y colocarla de espaldas a mí, apoyada en la mesa. Moví mi miembro alrededor de su sexo durante unos segundos. Unos segundos que lo único que hacían era hacerla estremecer y que implorase ser vulnerada.

Y yo... Y yo no quise hacerla sufrir. Cuando fui a introducir mi pene, noté ese calentor abrumante y húmedo. Noté tal fricción que necesité meterla lentamente. Una, dos, tres, cuatro, y hasta cinco veces tan lento que hasta sus gemidos decidieron ser recitados en pianissimo. Le agarré de los pechos y la metí hasta el fondo. Esta vez, la musicalidad pasó a piu forte, piu bello.

Le hice el amor tan salvajemente que pudo atragantarse con su propia saliva. Se giró, me empotró en la silla y se colocó encima mía. Me dejé llevar ante un auténtico placer, perdido en la frontera de sus senos. Cabalgó apasionada. Cabalgó e hincó sus riendas en forma de uñas en mi espalda. Su orgasmo se transformó en el primer periodo de puro silencio. Ese increíble sonido del silencio. 

Bajó ostensiblemente el ritmo, así que la empotré al fichero, de nuevo de espaldas a mí. Y empecé a hacerle el amor suavemente, di nuovo. Cuando noté que bajó de entre las nubes, pasé mi mano y masajeé su clítoris. Su excitación fue tal, que opté por acabar como la ocasión merecía. Sin dejar de tocarle, agarré su cintura con mi otra mano y clavé mi pene hasta el fondo a base de movimientos circulares que la obligaban de nuevo a gritar.

Pude masturbarla tan rápido que no habían pasado ni cinco minutos y volvió a sentir de nuevo ese feeling tan preciado.

Se agachó y pidió que le entregara toda mi furia. Me pidió que le diera todo aquello que le debía. No tardé. Mi explosión fue inolvidable. Ella se empapó y saboreó tal pasión como si nunca lo hubiera hecho, como si no existiera un mañana...

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