23/12/15

Con la cabeza en otro lado

Llegó a casa, cabizbajo y visiblemente afectado. Ricardo dejó sus llaves en la cesta de la entrada, saludó a su mujer tímidamente y entró al baño para lavarse las manos, la boca y la cara.
Ricardo era un hombre bajo, sus ojos nadaban en ojeras y llevaba un bigote fino y arreglado.
Su mujer estaba en el sillón leyendo un prospecto sobre maneras de ganar dinero sin moverse de casa.
-Se acabó, Josefina.
-¿Cómo se acabó? -dijo dejando el prospecto en la mesa.
-Pues... Que se terminó y esta vez de verdad.
-¿Ahora te vas a ir?
-Hace tiempo que te lo vengo diciendo.
-Ricardo, ahora no puedes irte de ese trabajo. A mí no me apetece buscar nada y hay mucho gasto...
-Me humillan cada día, quiero dejarlo.
-Cómo se te ocurra dejarlo, tú y yo hemos terminado.
Ricardo se levantó y se fue a la cama. Detrás, su mujer hizo lo propio.
Al día siguiente, Ricardo estaba ya agachado ante ella con las manos apoyadas en los reposa brazos de la silla. Ella tenía las piernas apoyadas en la mesa y las manos en la cabeza de Ricardo forzándolo a que siguiera con la acción.
Pasaba su lengua bordeando el exterior de sus labios vaginales. Primero izquierda, luego derecha, jugaba con su clítoris provocando que ella le estrujara más hacia su sexo.
Besaba sus labios una y otra vez intensamente y usaba su nariz para seguir estimulando el clítoris. Incluso los movimientos de arriba a abajo con la lengua, aprovechaba de su barbilla para dar auténtico placer. Ricardo alargaba hasta lo más profundo su lengua buscando todas las superficies, rozando lenta y sensualmente, ayudándose de su dedo pulgar izquierdo en su clítoris y con la yema del dedo pulgar derecho apretando y palpando el agujero de su ano.
El éxtasis llegó y ella no se cortó, pues gritó sin tapujos. Le levantó la cabeza a Ricardo, que tenía flujo vaginal en varias partes de la cara y se retiró en seguida subiéndose la ropa interior.
-Ya sabes mañana, descansa esa bendita lengua que esperaré con ansia otro orgasmo -dijo la jefa de Ricardo- Y no te quejes, que más quisieran otros mantener su puesto de trabajo así -sentenció mientras encendía su ordenador.
Ricardo, resignado, salió del despacho de su jefa con la cabeza en otro lado.

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