23/12/15

Melodías de nuestras vidas

Abrió la puerta de casa, soltó el paraguas y colgó su chaqueta impermeable en el perchero que estaba a la izquierda del paragüero. En la mesa de la salita dejó el bolso y una carpeta. Alba, de raza latina, treinta años y curvas sinuosas estaba más cansada que nunca, a pesar de los cinco cafés que se había tomado para sentirse menos fatigada. Puso las manos sobre sus senos y con un solo movimiento hacia abajo se retiró el vestido de palabra de honor blanco que llevaba puesto. En ropa interior se dirigió al baño deshaciéndose la cola alta de su pelo.
Encendió el grifo para ir llenando la bañera de agua caliente. No había parado de llover durante todo el día y su cuerpo le pedía un baño termal. Se terminó de desnudar y dedicó un tiempo a desmaquillarse y explorase la cara frente al espejo en busca de espinillas, puntos negros o cualquier cosa que le increpara a la vista.
Una vez que la bañera estaba a punto de coparse, apagó el grifo y metió el pie derecho.
-¡No! vuelta para atrás Alba –se dijo en voz alta.
Y retirando el pie de la bañera, se lo secó con la toalla y se enfundó las zapatillas. Entró en la habitación y abrió el armario. Cogió una bolsa, cerró de nuevo la corredera del armario y se pegó un gran susto gracias a un trueno que pareció que cayó dentro de la casa.
Entró de nuevo al cuarto de baño y su cuerpo con un movimiento innato agradeció el cambio de temperatura que para bien, había en esa pieza de la casa.
Encima del mármol del lavamanos fue posando los objetos que extraía de la bolsa. Un bote de sales de baño, un jabón sólido de color lila y dos velas aromatizadas. Éstas las colocó en el borde y las encendió. Se metió en la bañera, se tumbó y se acomodó en el reposacabezas estirando las piernas esbozando una sonrisa mientras cerraba los ojos.
Dos minutos de reloj después, decidió esparcir las sales de baño de miel y manteca de karité por toda la bañera. Pulsó un botón del mando que tenía a su derecha y sonó el hilo musical que tenía instalado. En tono bajito, pero lo suficiente como para disimular el repiqueteo de la lluvia que no cesaba de golpear el cristal de la ventana. Música acústica de violines, paz, el efecto del jabón sólido ya deshecho convirtiéndose en espuma, el dulce aroma de las velas y el vaho que empañaba todos los cristales y espejos dando la sensación de spa, daban a Alba todo lo que necesitaba para acabar ese día.
No podía abrir los ojos, estaba entrando en una especie de trance poco habitual en su vida ajetreada. Esa música no podía disfrutarse igual si no cerraba los ojos.
Estruendoso, ese trueno fue descomunal. Alba abrió los ojos del susto y se dio cuenta que las luces del baño se apagaron.
-Bueno, mejor así –asintió, mientras recolocaba las dos velas que eran las únicas que, ahora, alumbraban el cuarto de baño.
Cerró de nuevos los ojos. Se acariciaba la barriga con la mano izquierda, eso le daba más paz, rozaba con la palma de la mano como sobrevolando su piel y lo intercalaba con intensos masajes con las yemas de los dedos dibujando círculos alrededor del ombligo. La música acompañaba la ternura del momento. Sacó su mano derecha a pasear por sus pechos. Primero en uno de ellos, frotándolo, mimándolo, con el dedo pulgar palpando el pezón cada vez más erizado. Luego con las dos manos, torcía la cabeza levemente y estiraba las piernas como si quisiese crecer más.
El agua empezaba a destemplarse así que cogió la ducha inalámbrica y dio más calor al ambiente. Metió el chorro debajo del agua entre sus piernas. La presión que la ducha ejercía sobre su clítoris empezaba a hacerle sentir que flotaba. Los dedos de los pies se abrían y cerraban, flexionaba las rodillas y las estiraba buscando separárselas de su cuerpo. Cuando vio que la bañera alcanzó casi toda su capacidad de agua, apagó el chorro, la giró y empezó a introducírsela poco a poco dando vueltas sobre sí misma.
El primer gemido claro llegó al adentrar parte de la ducha. Se mordió el labio inferior y fruncía el ceño. Los violines estaban siendo testigos del inicio de un concierto. No paraba de gemir, escuchaba algunos truenos aún, pero no le sobresaltaba nada. Estaba en mitad de la gloria y el cielo. Introdujo hasta el fondo el mango, pegando un grito y recuperando la posición para verse.
-Bendita tecnología –balbuceó.
Volvió a tumbarse y apretó un botón que le dio a la ducha una vibración constante. Los gemidos empezaron a convertirse de manera ascendente en alaridos. Sonaban como aquellas olas que van subiendo hasta el clímax de su rotura. El hilo musical decidió dejar de ser protagonista para acompañar al nuevo evento con una intensidad brutal en los instrumentos de cuerda. Tiraba la cabeza para atrás, hasta la metía debajo del agua. Soltó el mango para poder bailar un vals con sus senos. Todo cogía velocidad vertiginosa, la música, los gritos, los movimientos corporales, incluso la intensidad de la lluvia aumentó de forma ostensible.
Sintió volar de la mano de un gemido alargado en el tiempo, de volumen aminorado y voz temblorosa. Dobló las rodillas sacándolas del agua y su cara variaba en gestos de placer mientras se la tapaba con una mano y con la otra arañaba el suelo de la bañera.

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