23/12/15

Labios de miel

Hacía tanto frío... Nos dijeron que estaríamos cerca de los cuatro grados bajo cero.
Estaba en la parada del autobús. Solo. Solo y congelado. Había salido de casa bastante preparado la verdad, pero ni los calcetines térmicos, ni el chaquetón, ni el chándal de tela gruesa, ni los guantes, ni la bufanda, ni el gorro conseguían hacerme entrar en calor.
Vi el autobús a lo lejos y mi sonrisa de alegría fue tan clara como mi rabia por sentir que tardaba la vida en llegar a la parada. Llegó, subí y me dirigí hasta los asientos de atrás del todo que estaban todos libres. Estuve a punto de cambiar de idea, pues a mitad del bus había sentada una joven preciosa y se me ocurrieron varias maneras de entrar en calor.
Llegué al final, me senté y no tardamos ni cinco minutos en llegar a la siguiente parada cuando el calor de la calefacción me hizo empezar a quitarme prendas hasta quedarme en chándal, ocupando así, uno de los asientos con todas mis pertenencias.
Tan absorto estaba, que no me di cuenta que una mujer subió y esperaba que le dejara uno de los dos asientos libres que quedaban atrás.
Tendría unos cuarenta, pelo ondulado, cogido con una pinza y teñido de un caoba oscuro. Llevaba gafas de pasta negras que resaltaban su mirada de color verde intenso. Su sonrisa fue la causante de que le cediera asiento.
Con el autobús en marcha, ella se mantuvo de pie y dejó su abrigo de piel, su bufanda y sus guantes, por este orden, en el asiento más pegado a la ventana y se sentó junto a mí.
No pude quitarle la vista al polo que llevaba puesto. Le marcaban tanto los pechos y desde mi altura podía ver, eso sí, esforzando mucho la vista, el escote de lujo que me había regalado el frío día.
Ella me miró y me pilló observándola. Sonrió y miró a mi entrepierna, que por entonces ya estaba siendo testigo de que mi imaginación volara y el pantalón de chándal, cómplice de mostrarlo.
Fue muy rápido, ni siquiera sabría explicar cómo pasó, ni el porqué. Su mano estaba acariciándome el paquete y me miraba sonriendo. Yo miraba hacia delante para que no se girara un crío, un anciano o qué sé yo, pero lo cierto es que estaba muy cachondo y estaba totalmente dura, vamos que podía pensar poco...
Ella debía saberlo y actuó como tal. Se agachó en el hueco entre mis piernas, se levantó el polo y se desabrochó el sujetador, quedando sus pechos rozando mis piernas. No paraba de mirar hacia delante, paradojas de la vida, dejando de mirar tales senos, espectaculares y bellos para tener esa edad.
Me bajó el pantalón y me sacó el pene. Ahora sonrió más y lo acompañó de un halago. Le encantó el tamaño, dudó si le cabría en la boca. Yo también dudé, de hecho a nadie le ha cabido hasta ahora.
Volví a mirar al frente y la joven que vi al entrar, se levantó en mi dirección pero se detuvo en las puertas, posiblemente esperando para salir en la siguiente parada.
Me miraba extrañada, yo no sé ni que cara debería tener puesta, porque no sé qué cara pone uno cuando le están haciendo una cubana en la parte de atrás de un autobús.
Miré a la mujer cómo disfrutaba de darme placer mientras yo cerraba los ojos y no podía cerrar ni la boca.
Consiguió mi primer gemido, tímido, aunque hizo que se girara un anciano, al cogerme la puntita del pene con sus labios y mover éstos lenta y sensualmente.
Pasó su lengua bordeando mi miembro, lo lamió de manera vertical y horizontal, hizo que me agarrara de uñas al asiento. Estaba a punto de correrme, ya no podía aguantar más. Comenzó a comérmela muy veloz, entera, le cabía entera en la boca, tan sólo frenaba el ritmo cuando me miraba fijamente a los ojos. Yo le susurraba que me corría, que no aguantaba más y ella aumentó la velocidad ayudándose de las manos.
Me corrí en su paladar, me corrí mordiéndome los dedos, me corrí de puro placer mientras, yo con los ojos cerrados, seguía flotando en el Edén.
Cuando abrí los ojos, ella ya no estaba. Miré por la ventana y la vi andando mientras, mirándose en un espejito, se pintaba aquellos poderosos labios de miel...

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