31/3/14

Crónica III: Entrevista de trabajo

Me levanto, me pongo una camisa y unos pantalones más que presentables y me dirijo hacia el lugar en dónde me van a hacer una entrevista de trabajo.
La chica que me citó, bien podría haber sido mi madre, mostró tanto cariño que pensé que me iba a invitar a comer.
Era... El elegido...
Una hora, varios atascos y algunos kilómetros después llegué al lugar. Llego a dónde me habían llamado, expresamente a mí, para ofrecerme ese puesto de trabajo.
Era algo más que el elegido...
Era... El elegido para ese trabajo.
Primero descubro que aparcar no es fácil y sobretodo no es gratis.
Nada más salir del coche, un casi policía, me reta con la mirada.
Sí, un casi policía, de esos que multan por no poner un trozo de papel en el salpicadero del coche.
No tengo suelto así que decido pedirle cambio al hombre que susurraba a los conductores.
Me dice que no me preocupe, que en esa calle los aparatos ya permitían pagar con tarjeta.
Le digo que pagar con tarjeta si a cambio vas a poder vestirte con el pantalón que te lleves, o vas a poder comer por el menú que te comas sí, pero que tarjeta porque sí, pues no.
Pues no, me contesta. No tengo cambio.
Así que voy hasta el modernísimo aparato y pongo mi tarjeta.
Se precisa mínimo de ocho euros.
No, perdona. Vengo a una entrevista, no a pasar la noche.
Miro el reloj y me quedan cinco minutos para llegar al lugar.
No puedo hacer esperar a la gente que ha puesto tal confianza en mí. A la gente que ha decidido descartar a tantos parados por mí.
A chuparla. Saco el ticket. Ocho euros menos.
Un paquete de tabaco y casi tres cafés menos.
Un cubo lleno de tercios con sus tapitas menos.
En fin, dejo el ticket en el salpicadero. Pero lo dejo girado para que el psicópata de la gorra se partiera el cuello al leerlo.
Llego al edificio y toco al interfono. Ni me preguntan. Abren directamente, probablemente ya ansiosos por tenerme ahí.
La entrada presenta una alfombra roja. No hacía falta, la verdad. Soy de todo, menos ostentoso.
Me aborda una mujer de físico espectacular. Tampoco hacía falta, pero puestos a poner, que me recibiera en ropa interior habría sido clave para mi decisión final.
Me pregunta mi nombre y mi DNI. Yo le pregunto su dirección y su teléfono.
Me manda a la mierda. Lógico, aún no le han dicho quien soy...
Toco la puerta de las oficinas y al abrirme veo más gente en la sala de espera que el día que Franco la palmó.
¿Y esta gente? Sí que le va bien a la empresa... Cuánto personal.
Una chica se acerca y dice que en breve pasamos todos dentro de la sala.
Joder, menos mal que nadie puede leerme el pensamiento. Mira que no saber que esa gente era mi equipo. Mira que no saber que estaban ahí para escuchar a su líder. Joder...
Me acerco a un hombre, ya mayorcito, y le digo que no se preocupe, que yo sí creo que la veteranía es un grado.
Me manda a la mierda. Otro.
Uno que empieza mal. No será porque no lo haya intentado, luego se quejará de que no ofrecen cosas dignas en este país.
Junto al Sean Connery de la era comercial, hay otras dos personas. Una chica sudamericana, joven y bien vestida y un hombre de mi quinta.
Ese será el escollo. Desde el primer momento me saboteará por envidias varias. Se lo puedo ver en la mirada.
Ella no me preocupa tanto, al fin y al cabo, no me ha mirado ni una vez y eso es que se está haciendo la dura...
Nos llaman y entramos todos a la sala. La mujer nos empieza a hablar sobre la búsqueda de varios perfiles para un puesto de trabajo.
Nos mete un discurso que bien podría haber sido equivalente a dos de los ocho euros del puto ticket de parking.
Acaba el sermón pidiéndonos nuestra experiencia profesional en la venta.
Sean Connery decide contarle su vida comercial y no comercial.
Sean Connery consigue que, al salir de allí, vaya a todos los videoclubs a alquilar las películas del susodicho y anticipe las fallas de Valencia.
Sean Connery se permite el lujo de dar hasta pena, que si a su edad, que si no hay oportunidades...
Turno del aspirante a macho alfa de la manada. A ver que se inventa...
Dice que ha tenido varias empresas. Bueno... ¿Y dónde están?
Porque yo también he tenido dos hámsters. Y unas gafas carrera. Y ya no están. Y tampoco voy por ahí dando la paliza.
Me dejan para el final. Le toca a Pocahontas.
Madre mía... Que se pone a llorar.
Sean Connery y el macho alfa se levantan a consolarla y los tres no me quitan el ojo de encima. Me están llamando insensible en toda la cara.
Que sí, que sí, que a mi no me engañan. Que puedo leerles la mente.
Que no le mientas a un mentiroso.
Que no le times a un timador.
Después del momento Hay una carta para ti, todos vuelven a sus sillas.
Parecía poco más que una terapia de grupo.
Yo estuve a punto de hablarles sobre lo malo de la droga y los excesos en general.
Pero no pude. Acabé mi entrevista coral o grupal o cómo coño se les llame.
Me levanté y me fui. Lo hice después de que me dijeran que ahí lo del sueldo fijo ni de coña, vamos...
Pues si cada día tengo que venir aquí, entre comprar pañuelitos para Pocahontas, tilas para tragar al imbécil del macho alfa y tapones para no oír a Sean... ¡Ah! Y el ticket de la hora... ¡Mierda! ¡El puto ticket!

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