-Cuénteme, desde su
primera experiencia hijo –dijo el cura.
-La primera vez estaba
nervioso, no sabía si también me dolería a mí, sabía que a ella sí le iba a
hacer daño y ambos éramos primerizos en esas sensaciones. La segunda vez sabía
que pasaría, lo noté al cruzarse nuestras miradas. La tercera vez se resistió y
me costó mucho más, pero llegue al clímax como nunca antes había llegado. La
cuarta vez necesitaba nuevos estímulos así que decidí juntarla con la quinta
vez y fue una subida de adrenalina, y eso que pensaba que no daría la talla,
que no sabría ni por dónde empezar, pero al final se convirtió en un día
inolvidable para los tres. La sexta la recuerdo ya más por aburrimiento, como
una manera de saciarme el deseo. La séptima…
-Está bien hijo
–interrumpió el párroco-, puede darle al botón verdugo, queda claro que no se
arrepiente de ninguno de sus pecados, no podría seguir aquí escuchando todos
los detalles de sus veinticuatro víctimas, que nuestro Señor le ampare en alma
y espíritu.
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