21/3/14

Crónica: Me meo, joder


Entro de golpe en el coche y cierro de un portazo. La lluvia está aumentando por momentos y después de haber hecho un sol radiante durante todo el día, no llevo paraguas ni chubasquero que me ampare. Me pongo el cinturón, enciendo la radio y arranco el coche.
Giro a la izquierda, cedo el paso en la siguiente calle y salgo a la principal donde un semáforo en rojo me hace detener. El repiqueteo de la lluvia en el cristal me hace tener ganas de ir al baño. Aún queda, así que no pienso en ello. Reanudo la marcha en cuanto la luz verde ilumina mi cara. Entro en la rotonda, doy una vuelta de 180º y me meto en la calle de los chinos. No es que pertenezca a ningún chino, pero está minada de negocios asiáticos. Ponen tiendas de ropa y artículos una al lado de la otra. Se ve que allí no miran lo de la competencia. O todas las tiendas pertenecen a un gran chino, claro. La lluvia no cesa y eso hace que inconscientemente recuerde que debo pasar por el baño.
Al final de la calle tuerzo a la izquierda de nuevo y después repito maniobra a la izquierda. Paso los grandes almacenes y pongo el intermitente para cambiar al carril izquierdo ya que a escasos veinte metros veo un coche parado en doble fila con las luces de emergencia.
 Cuando uno busca la palabra amabilidad en el diccionario, no te habla en ningún momento de momentos al volante. Nadie me deja avanzar por el carril por mucho que haya querido cumplir las normas de seguridad vial, así que obligado me tengo que detener justo detrás del molesto señor Doble Fila. Reconozco que empiezo a mearme seriamente y que el hecho de estar sentado me alivia. Miro por el retrovisor y veo más luces que en un estadio de fútbol. Pasan tres, seis, ocho, y hasta diez coches bajo mi atenta mirada. Nadie frena para dejarme pasar. Todo el país se llamó esta mañana. Se dijeron que yo iba a estar atrapado en una calle detrás de un coche mal aparcado. Hablaron de que no iba a aparecer la policía para multar al infractor que impedía seguir mi camino o en su defecto hacerle circular, así que qué mejor momento para pasar todos, absolutamente todos, por esa calle. Me fijo y hay una cola tremenda de luces, es mi fin, mi destino describía que moriría atrapado en una calle normal, dentro de mi coche bañado en pipí de adulto. Cierro los ojos e intento concentrarme para aguantar. Intento no ser débil y salir a mear cual can. Yo tengo más clase, aunque si esto sigue así no aseguro nada.
Un golpe tremendo me hace abrir los ojos. Justo detrás veo que la larga cola ha frenado debido a una colisión entre ellos. Ni parpadeo. Arranco haciendo derrapar las ruedas y dejo atrás esa maldita calle.
Toca buscar aparcamiento. No es tarea fácil y evidentemente, cuando necesitas de verdad, es cuando no esperes que haya. Doy una vuelta por las callejuelas secundarias y a lo lejos, después del cruce, veo un hueco. Me detengo ante la señal de ceda el paso. Si lo sé, ni me paro. A mi derecha venía un Seat Panda, del año que España ganaba Eurovisión y al volante quizás, la creadora del certamen musical.
La buena mujer tuerce en la dirección que iba a tomar e ipso facto inicio yo mi marcha. Las ganas de mear se me habían camuflado. Ya tenía parking y estaba en casa. Lo había pasado mal pero todo acaba.
No me lo creo, la señora me hace pegar un frenazo de dejar mi cara casi tatuada en el volante. No ha puesto intermitente y tiene la grandeza de quitarme el sitio en toda mi cara. Y ahora sí que las ganas de abrazar el retrete cobran fuerzas. ¿Quién le dio el carnet a esa mujer? Primer intento, ¡Uy! Segundo intento, ¡Casi! Tercer intento, ¡Así ni lo sueñe! Cuarto intento, ¡Gire la rueda, gire! Pero gire… ¡PUM, bordillo! Quinto intento, doble colisión trasera y triple frontal y al son del pin pon aparca de aquella manera. No puedo más, necesito ya un sitio, aparcar, subir, y mear aunque sea por fuera de la taza.
Vuelvo a dar otra vuelta, me fijo en todo espacio de más de un metro vacío. Vado, vado, vado, minusválidos, vado, vado, otro minusválido, línea amarilla, vado, ¡Sitio!
Me sonríe la suerte ahora. En toda la puerta. Pongo mi intermitente, hago la maniobra y aparco a la primera. Si no tuviera la urgencia que tengo, hubiera subido a casa a por la cámara de vídeo y después de grabarme le entregaría a la señora Cuéntame la primera lección para estacionar un vehículo.
Empujo la puerta del portal y hoy, está cerrada. Hoy hay que abrir con llave. Hoy. Meto la mano en el maletín y a ciegas tomo la llave y entro. Hago como una fuerza imperiosa por dentro para retener el líquido que cada vez más noto que recorre mi cuerpo buscando una salida.
Vivo en el octavo piso. El ascensor está en el octavo piso. Sí, alguien con mala uva inventó lo de poner el letrero arriba de la puerta del ascensor para saber en qué piso está en cada momento. Para si vienes con prisa, te encuentres en la situación que estoy yo. Bailo con las llaves en la mano mientras miro descender los números y espero ansioso. Abro la puerta, entro y marco el número ocho unas siete veces. A ver si así se cierra antes la dichosa puerta de seguridad. Cuando era pequeño eso no existía. Veía pasar las puertas de cada piso por delante, y hasta mi hermana y yo, osados nosotros, poníamos la mano retando a nuestra suerte. Suerte que hoy, está claro, me abandonó en el momento que dejé la consulta del dentista.
Alzo el pie izquierdo, luego el derecho, sigo bailando, me la aprieto a través del pantalón, sufro, sufro mucho. Me detengo en el quinto piso. Mira que he pulsado doscientas veces el botón. Pues no, alguien se adelantó desde otro piso. Abren la puerta y me dicen que si bajo. Le digo no y que lo siento y me pregunta por mi madre. Yo también me estoy acordando de la suya pero no se lo pregunto. Salgo del ascensor y cortésmente le cedo para que entre y baje. Sonrisa falsa, le cierro la puerta sin escuchar lo que me dice y subo las escaleras de dos en dos y a la carrera.
Preparo la llave, la introduzco, no paro de bailar, llevo el ritmo incorporado. Giro y noto que no pasa la llave, no gira. ¡Bien! Alguien con pocas luces dejó la llave por dentro pasada. Toco el timbre. Reviento el timbre. Soy una mezcla de Safri Duo con Phill Collins. Mi madre abre y aún se pregunta que a qué viene tanta prisa, que voy a quemar el timbre. Le doy un beso casi deslizándome en su mejilla, suelto el maletín y abro el baño que está cerrado. Mi hermana grita y me dice que está ocupado. Pienso en la soberana idiotez de intentar abrir una puerta de un baño, ver que está cerrada y acto seguido oír la palabra ocupado. Le pregunto que qué le queda, que necesito entrar. Apaga el secador, abre y señalándome la taza del váter me mira diciéndome que no vendré meándome. ¡No puede ser! ¡¿Dónde está el maldito váter!?
Pienso en mear en el lavamanos, en la esquina del pasillo o en el escote de mi hermana. Mi madre me recuerda que por qué no hice mis necesidades en el dentista, que qué pasa en la consulta, que si no tienen baño o qué. Los que no tenemos baño somos nosotros. Bailo La Macarena, el Aserejé y algo de los Chunguitos. Me dice mi hermana que vaya a casa de la vecina que así ha quedado con ella hasta que mañana nos coloquen de nuevo el retrete.
Salgo al balcón, me la saco y meo ático abajo. Siento un alivio parecido al de un orgasmo. La presión en mi barriga noto como va descendiendo a medida que voy meando. Meo y meo con la cabeza echada hacia arriba, los ojos cerrados y empapándome todo. Oigo de fondo a mi madre que qué hago, que si eso no es normal, que dónde aprendí ese tipo de cosas y que no la deje en evidencia.
Me la sacudo, la escurro y la guardo como un tesoro dentro del pantalón. Enfrente, me fijo en la cara incrédula de la vecina que me tiene enamorado, mirándome fijamente con el ceño fruncido y la mano en la boca. Levanto mi mano empapada de lluvia o de orín y la saludo. Sin responder cierra la cortina con gesto furioso y desaparece en el horizonte de mi mirada.

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