El sol había decidido
abandonar Ibiza durante la última semana y hoy, no iba a ser distinto. Las
fiestas de Nochebuena y Navidad podríamos haberlas hecho en canoa y no hubiera
hecho falta comprar agua, pues dejando la garrafa fuera tendríamos para todos
los comensales.
Antes de que llegara el
fin de año quise darle un vuelco a la situación y pasar un día tan especial con
mi madre. Ella vive en Caracas, capital de Venezuela, y todas las fotos que ha
estado colgando en las redes sociales han provocado en mi una envidia sana, de
ver tanta playa, tanto sol y tanta mulata. Imaginé cómo debería de ser comerse
las doce uvas sin camiseta y abanicándome, así que encendí el ordenador en
búsqueda de un vuelo. Encontré uno para el día siguiente, tres días antes de
Nochevieja, que hacía escala en Madrid. Me convenció, pues me daba tiempo de
prepararme y llegar. Sobre todo por la vuelta, ya que día dos de enero ya
estaría en Ibiza y es justo el día en que mis vacaciones se terminan. Lo
contraté, bajé a la joyería para comprarle unos pendientes a mi madre, llevé a
la perra a casa de mi padre para que la “adoptara”
durante unos días y volví a casa para hacer una limpieza a fondo e irme a
dormir, pues tenía que estar en el aeropuerto cerca de las siete de la mañana.
Sonó el despertador y
me levanté como cuando mi madre me despertaba para ir al colegio, los días de
excursión claro, como una moto. Me duché, me afeité, me tomé un café express y llamé a un taxi.
Hubiera preferido al
típico taxista que se queja de las carreteras, crítica a sus compañeros de
profesión y pone a parir a los políticos. Pero no, me tocó el taxista agorero y
cenizo. Que si hoy no es día para volar, que si mire que aguacero, que si hoy
fijo que suspenden vuelos, que si yo conocí una persona que también cogió un
avión en estas condiciones y… Tuve que mandarle a callar, textualmente además.
El aeropuerto es el
lugar que más gente hay a cualquier hora, lo tengo comprobado. Tuve la suerte
de no hacer demasiada cola para facturar mi equipaje, cosa que se agradece.
Aproveché a comprarme una bebida energética y un librito de autodefinidos y me
fui a esperar a que abrieran las puertas de embarque.
El sonido de la chapa
al abrir la lata despertó a la abuela que había sentada a mi derecha y captó la
atención de una jovencita a mi izquierda. Me pareció adicta, pues sus ojos no
pestañeaban ante los movimientos de mi lata. De mi boca al suelo y del suelo a
mi boca.
Me dispuse a hacer
algunos de los pasatiempos que había comprado. Acción o efecto de engañar. Engaño,
sin duda, además concuerda que Letra
española de una letra, es ñ. Me
acordé de Marc, un amigo catalanista e independentista y me salió una sonrisa
muda pero cierta.
“Pasajeros con destino
a Madrid, del vuelo 024, embarquen por la puerta K08. Repito, pasajeros con
destino a Madrid, del vuelo 024, embarquen por la puerta K08. Passengers…”
Me levanté, DNI en mano,
y me puse a hacer cola. Una vez llegué al avión y tras el saludo hipócrita de
las azafatas me senté con la suerte de tener ventana. Me puse el cinturón y
apagué el móvil. Me gusta hacerlo nada más sentarme para que luego me dejen
tranquilo tanto si duermo como si estoy inmerso en mis pasatiempos.
Al ser de los primeros
en entrar, pude ver toda la fauna con la que iba a compartir vuelo. Conté cerca
de cincuenta personas de las que algunas me llamaron la atención. Una monja,
una japonesa muy bien vestida de marcas caras, dos hombres de raza negra muy
guasones que no dejaban de reír, una pareja de estas pegajosas, el típico
trajeado, un árabe sospechoso, un grupo de mujeres que, en una elección masculina,
me hubiera quedado con la que sobraba, la abuela que desperté con, al parecer,
su hija y la joven adicta a las bebidas energéticas. A mi lado se sentó un
hombre que bien podía ocupar las dos plazas restantes, era totalmente obeso y
le costó incluso entrar y acomodarse.
Me acordé del taxista,
quizás estas otras cincuenta personas no son tan raras y el raro es él, que es
un bocazas. Las azafatas empezaron a dar su discurso sobre si el avión esto, el
avión lo otro. Siempre pensé que nadie les hacía caso, pero esta vez me levanté
un poco del asiento y pude confirmar que, efectivamente, nadie les hace caso.
Además el mito ese de que las azafatas son guapas es totalmente falso, ¡Por
favor! Ni una de las tres podía alegrarme la vista.
Símbolo
del sodio. N-a. En Bolivia, cabaña. Ya claro, a saber,
siempre se las arreglan para meter una de estas. Gracioso. Gracioso que empiece por jota… ¡Jocoso claro!
El avión empezó a
calentar motores por la pista justo cuando un destello por mi ventana me llamó
la atención. El enorme trueno posterior me dio a entender que aquello no había
sido una foto de un radar por ir rápido, sino un relámpago.
El avión despegó y
comenzó su ascenso. Miraba por la ventana y solo veía nubes grises y muy
opacas. De Ibiza ya no se veía nada y en tanto algún rayo deslumbraba por lo
que decidí cerrar la cortinita y seguir con mis autodefinidos.
Pero en cuestión de
minutos el avión empezó a hacer movimientos extraños, alguno por ahí atrás
bromeaba acusando de borracho al piloto. Otros cerraban los ojos forzándolos
mientras tragaban saliva. Y mi compañero de asiento sacaba de su bolso un
bocadillo de chorizo.
La cosa empezó a
ponerse tensa en el momento en que las luces se apagaron y el avión llegó a
colocarse en posición totalmente ladeado. Se oían gritos de temor, gritos de
dolor, gritos de incertidumbre y gritos de todo a la vez. Yo no sabía dónde
meterme, abrí la cortinita de mi ventana y no se veía nada, todo estaba gris,
todo oscuro y con muy mala pinta. El avión cambió de posición y quedó en
posición de nuevo lateral pero esta vez a la inversa. El que gritaba ahora de
dolor o de aplastamiento era yo. Mi compañero debido a la ley de la gravedad
cedió ante el cinturón y empezó su particular lucha por partirme las costillas.
Los dos minutos que duró esa posición se me hicieron más largos que un round de un boxeador. Se encendieron las
luces de emergencia y el avión empezó a caer en picado. El terror se adueñó de
todos nosotros, algunos se quitaron el cinturón pero acabaron por los suelos
golpeándose contra todos los asientos y personas con las que se cruzaban. La
gente encendía sus teléfonos para comunicarse con sus seres queridos. Yo estaba
petrificado, no me respondían las piernas y volvía a mi memoria el taxista,
aquel hombre que traté como un negativo de la vida era mi gurú, era mi
salvador, el ángel que Dios puso en mi camino y yo no quise verlo. Se me caían
las lágrimas, el avión cada vez iba más en picado y habían saltado las
mascarillas del techo. Agarré una, me la puse de cualquier manera, no sabía que
tenía que hacer, mi compañero estaba disfrutando de los últimos mordiscos que
le quedaban a su bocadillo y parecía ajeno a todo lo que estaba ocurriendo a su
alrededor.
“Te
quiero mucho mamá, te amo con todo, el
avión está cayendo en picado, vamos a morir”. Entre llantos desesperados le decía
una chica por teléfono a su madre. Los gritos de “vamos a morir” se adueñaron de todos nosotros, la gente no sabía
cómo tenía que ponerse el chaleco. “Si
vamos a estrellarnos, para qué queréis chalecos, ¡Vamos a morir!” Se oía
discutir a una pareja. El avión volvió a tomar una posición lateral y de nuevo
mi fino compañero me aplastó por
completo. Cerré los ojos, noté como me crujían algunos huesos mientras seguía
sonando la canción que empezó haría ya cinco minutos. Esa de llantos, gritos,
golpes…
De repente el avión se
estabilizó y se colocó en posición natural, las luces se encendieron y un
silencio marcó a todos los que estábamos allí arriba. La gente tomó asiento.
Todo parecía haber ido en la medida de lo posible bien. Algunos golpes, y sólo
en mi caso, un terrible ataque de una apisonadora.
“Buenos días, les habla
el piloto del…”
Fue interrumpido de
inmediato por una ovación, la gente gritaba de alegría, hubo un minuto de reloj
de aplausos y gritos de torero, torero.
“Buenos días, les habla
el piloto del avión con destino a Madrid. Al aparato no le ocurre absolutamente
nada, repito, al aparato no le ocurre absolutamente nada, todo ha sido una
broma. Que pasen ustedes feliz Día de los Inocentes y gracias por elegir
nuestra compañía para viajar.”
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