21/3/14

Aparcando sus diferencias


-¿Qué cenamos, mi amor?
-No lo sé, nenita.
-Es que no me apetece cocinar cariño.
-¿Miramos de calentar las sobras de los tuppers de mi madre?
-¡Ay no! No me apetece ni lengua a la vinagreta, ni pastel de hígado.
-Entonces, ¿Qué te apetece nena?
-No lo sé.
-¿Te hago unos tallarines a la boloñesa o a la carbonara?
-No, ya comí pasta esta mañana.
-¿Una ensalada con extra de todo?
-No, nene.
-¿Los clásicos huevos fritos con patatas fritas?
-¿Y de qué me serviría haber ido al GYM eh?
-Bueno pues, ¿Qué quieres nena? –ya indignado.
-Es que no lo sé… ¿Y si vamos fuera?
-Claro. Vamos fuera, lo que quieras hija.
-¡Ay! Decide tú también algo. Ayúdame.
-Venga sí. Vamos fuera a cenar –cogiendo las llaves del coche.
-No. Eso no es una decisión, que esa ya la había tomado yo. Me ayudas a decidir dónde.
-Si a mí me da igual. Eres tú la que está en plan exquisito con lo que te apetece y lo que no.
-No. Exquisito, no –entran al coche-. Sólo que ya me basta la comida de tu madre tres veces por semana.
-¿Qué le pasa a la comida de mi madre, nena?
-Nada. ¿Qué le va a pasar?
-¡Hombre! Cómo te estás quejando.
-No me quejo, opino. ¿No puedo opinar?
-Sí –alargando la sílaba-. Pero ha sonado mal cariño, qué quieres que te diga.
-Bueno, ¿Vas a arrancar, o no?
-Sí nena, ¡Pero me dices dónde vamos primero!
-Bueno, tú tira y vamos viendo.
-No. Tú tira y vamos viendo, no. Piensa.
-Piensa tú también que tienes unos huevos –haciendo el gesto-. Además tú conduces, tú decides.
-No. Mi coche, mis normas. Tú decides.
-Está a mi nombre, guapo.
-¿Y quién lo paga, guapa? –en tono burlesco.
-Anda piensa un poquito –se acomoda mientras sonríe picarescamente.
-Piensa tú también.
-Ya pienso. ¡Mira cari! ¡Qué cachorrito! –señala un hombre que pasea a su perro en la calle.
-Nena, ¿nos centramos o no?
-¡Ay sí! Pero mira qué gracioso.
-Joder… Así es que es imposible cuando te pones en este… La verdad que sí, mi amor, ese no tiene ni dos meses –bajan del coche a acariciar al cachorro.
-¿Qué tiempo tiene? –pregunta ella.
-Tres meses. Aún no los tiene –responde el dueño orgulloso.
-¡Qué guapo! Mira cari yo quiero uno…
-Sí claro nena… ¡Vaya! Y será grande ¡Eh! –le coge las patas.
-¡Se conoce que sí! Todo el mundo se para. La verdad que compromete a la gente, todo hay que decirlo.
-Normal, si es que es precioso –ratifica la muchacha.
-Ahora mismo, la de la tienda de flores, la que han montado nueva al lado del Kebab, la tía… ¡Que se lo regalara sabes! –cuenta el hombre.
-¡Coño nena! ¡Un kebab!
-Pues yo ya había pensado en un chino –se despiden del cachorro y su dueño y entran en el coche.
-¿Chino, nena?
-Sí. Se me ha antojado.
-¡Nada! Ni que estuvieras embarazada con los dichosos antojos.
-¿Y tú qué sabes? –sonríe.
-¡Eh!
-Nada –sonríe de nuevo-. Que quiero chino.
-Pues haberlo dicho antes, a mí me apetece ahora un kebab.
-Pues a mí chinito –haciendo el gesto de rasgarse los ojos.
-Y un kebab, con su lechuguita, su cebollita, su carne envuelta en salsita picante –relata mientras cierra los ojos y abre la boca de emoción.
-Pues lo echamos a suertes.
-O a piedra, papel y tijera.
-No seas niño, hijo –mientras saca una moneda del bolso.
-Dijo la adulta jugando a cara o cruz –mofándose.
-¿Qué quieres nene?
-Cara.
-No, cara yo, tú cruz.
-¿Y pa’ qué preguntas nena? –se desespera.
-Cara, chino. Cruz, chino.
-Sí, claro.
-Cara chino –risueña ella-. Cruz, comida morita plastificada, embutida e insana –dice rápidamente sin respirar.
-Pero espera. Un lanzamiento por persona.
-Vale –lanza la moneda.
¡Toma, cara! –grita ella.
-Pero, ¿de quién era el lanzamiento nena?
-Tuyo, claro. Ahora va el mío.
-No, no, no, guapa. Ese era de prueba. Vuelve a lanzar.
-¡Qué tramposo eres! Venga, lánzala tú –le da la moneda-. ¡Toma, cara, jódete!
-Venga lanza tú, nena.
-Chino, chino la la lá. Chino chino la la lá –canta mientras mueve las caderas.
-¡Cruz! ¡Hala lista!
-Esta no ha valido. Repetimos –lanzan las dos monedas.
-¡Cruz! –grita él.
-Cruz… -dice ella.
-¡Kebab! –exclama él.
-Qué suerte –se mosquea.
-Encima ahora te vas a mosquear.
-Es que siempre tienes una suerte.
-¿Y yo qué culpa tengo?
-Nada hijo, tú no tienes culpa nunca. Anda arranca.
-¿Quieres que vayamos al chino? –alarga de nuevo la palabra.
-¿De verdad? –se le cambia el rostro.
-Venga, va. Vamos al chino –arranca el coche.
-Cari. Volvamos a casa.
-Pero si acabo de arrancar, ¿Qué te pasa?
-Nada, que se me ha quitado el hambre.
-¿Así, de repente?
-Sí, así. Además es tarde.
-¡Joder nena! ¡Tú sí que tienes unos huevos! ¿Y ahora yo qué ceno? Porque yo sí que tengo hambre.
-Pues caliéntate los tapers de tu madre.
-Joder, no me apetecen ahora.
-Si tienes hambre, comes lo que sea nene, no tendrás tanta hambre pues…
Y al cambio de día, marcando las doce llegaron a casa y se metieron en su cama aparcando sus diferencias.




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